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¿Cómo era María?

¿Era físicamente bella?

Fuente: Breve curso de Mariología - Pedro García, cmf

Nos gustaría saber cómo era María en su ser físico, en su temperamento, en su carácter. Nuestro cariño nos lleva, naturalmente, a imaginarla como la mujer más bella que ha existido. Pero nadie nos ha dicho nada. Sin embargo, algo podemos deducir discurriendo por su actitud en los Evangelios.
¿Era físicamente bella, todo un tipo de mujer? Digamos convencidos que sí. ¿Por qué? Tenemos un camino indirecto: Jesús. Aquellos tres años de Jesús por los caminos de Galilea y en Jerusalén nos muestran un hombre auténtica-mente extraordinario. No se explica cómo pudo sobrellevar aquellos trabajos agotadores, a no ser que contara con una resistencia física inexplicable. Los judíos le calificaron ante Pilato como “aquel embaucador” (Mt 27,3). Jesús, un ejemplar único de hombre. ¿Será ocioso traer como testimonio el Lienzo de Turín? Lo cito por estar plenamente convencido de su autenticidad. Aunque muestra la figura muerta de Jesús en el sepulcro, miremos lo que dice de él una autoridad tan notable como el Doctor Don Gregorio Marañón: “Esta tur-badora imagen es la efigie de un ser humano excepcional”.
Ahora bien, ¿de quién heredó Jesús, como hombre, esa su naturaleza tan ri-ca? No tuvo padre, sino sólo madre que lo concibió virginalmente. Por ley biológica, todo lo sacó de su madre sola. “Filii matrizant”, decían los antiguos: los hijos salen a la madre. En el caso de Jesús, sólo de la madre recibió su ser humano, y, aunque con José al lado, fue también su formadora en Nazaret. Entonces, ¿cómo tuvo que ser María? Una mujer de naturaleza psico-somática muy rica.
En la Anunciación se manifiesta muy dueña de sí misma, reflexiva, resuelta y generosa al aceptar una maternidad envidiable, pero de responsabilidad tan seria…
En la Visitación a Isabel, decidida ante aquel viaje arriesgado…
Feliz y sin apocamientos al reconocer las maravillas de Dios hechas en ella y por ella…
Valiente al proclamar la acción de Dios contra los poderosos y a favor de los humildes…
Cuando el Calvario, no hay que decir; una mujer como ella, por muy madre que sea, no se encuentra fácilmente…
Y tenemos la increíble profecía del Magníficat: “Me aclamarán dichosa to-das las generaciones”. ¿Es posible esta expresión en una muchachita judía de aquel entonces, y que se haya cumplido tan al pie de la letra? Decimos siem-pre que el Espíritu Santo… Cierto; pero, ¿y la parte personal de María? ¡Qué criatura tan madura y tan tremenda en medio de su humildad!…

Hay que fijarse en su formación cultural y religiosa. No había mujer en aquella sociedad judía que supiera leer y escribir. Pero, religiosamente, María podía estar muy preparada. Todo dependía de su escucha en la sinagoga du-rante los sábados. Con alma totalmente limpia, y endiosada del todo, la Escri-tura se la sabía de memoria y la entendía mejor que nadie. Por eso, nos la ima-ginamos sin equivocarnos: entusiasmada con las grandes mujeres de Israel; admiradora de los padres y héroes de su pueblo; dolida por los pecados de su gente; aprovechada oyente de los Sabios; soñadora en el Mesías prometido y anunciado por los profetas; rezadora de todos los Salmos…
Que la Biblia la tenía entrañada en su ser, lo vemos por un detalle que no le pasa a nadie desapercibido: ¿cómo es que el diálogo con el ángel se desarrolla tan brevemente, y la muchacha María da su consentimiento de modo tan segu-ro, con plena conciencia de haberlo entendido todo? Muy sencillo: porque se dio cuenta de que todo lo prometido en las Escrituras se cumplía ahora en ella, y se entregó sin más, humilde y generosa, a la voluntad de Dios. Era ella, ¡ella!, la afortunada elegida. Con fe, y obediente, no discurrió más.
Repito, que no nos engañe el cariño; pero tenemos derecho a reflexionar. María, toda una estampa de mujer bajo todos los aspectos.

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